La llamada Batalla de los Sexos disputada en Dubái entre Nick Kyrgios y Aryna Sabalenka volvió a exponer un espectáculo construido desde el morbo, sin valor deportivo real y con una discusión física y competitiva que el tenis ya tiene saldada.
Un partido aburrido, sin sentido deportivo real, fue el que se disputó en Dubái bajo el rótulo marketinero de “Batalla de los Sexos”. Un experimento que, lejos de aportar algo al tenis, volvió a apoyarse en el morbo como motor principal del espectáculo, dejando de lado cualquier lógica competitiva.
Porque, más allá de ajustes artificiales y discursos grandilocuentes, la realidad física es ineludible: un hombre entrenado dentro del circuito profesional siempre tendrá ventaja sobre una mujer, incluso cuando enfrente a la número uno del mundo. Y el resultado no hace más que confirmar algo que el tenis ya sabe desde hace décadas.
En este contexto, Nick Kyrgios (30) impuso su ley ante Aryna Sabalenka (27) en un mediático encuentro disputado este domingo en Dubái, que se resolvió en dos sets idénticos: 6-3 y 6-3. Un partido que fue vendido como un acontecimiento histórico, y que quizás lo sea dentro de 10, 20 o 30 años por lo extraño del cruce, pero no quedará en la memoria por el nivel de juego ni por la emoción.
Para intentar “equilibrar” las diferencias físicas, la organización redujo en un 9% la pista de la bielorrusa, una decisión que lejos de generar paridad, provocó una sensación desconcertante e incluso chocante. Y aun así, hay un dato que vuelve absurdo el planteo: se enfrentaban la número uno del ranking WTA contra el 671° del ranking masculino, un Kyrgios prácticamente fuera del circuito, sin ritmo competitivo y con apenas una victoria oficial desde finales de 2022.
Aun en ese contexto, el australiano —auténtico showman y perfil ideal para este tipo de exhibiciones— fue claramente superior. En el primer set, se mostró muy sólido al servicio, ganó todos sus turnos de saque salvo uno, quebró en cuatro oportunidades consecutivas y cerró la manga con autoridad.
En el segundo parcial, Sabalenka mostró algo más de solvencia. Logró un quiebre, salvó tres chances de contra-break y llegó a colocarse 3-1 arriba, alimentando por algunos minutos la ilusión de una remontada. Pero fue apenas un espejismo. Tras quedar a un punto de estirar la ventaja, la número uno se desmoronó y volvió a ceder el control del partido, cerrando el encuentro con otro 6-3 en contra.
El balance es claro: no ganó el tenis, ganó el show. Un espectáculo diseñado para generar conversación, clics y polémica, pero que no aporta nada al debate deportivo ni a la evolución del tenis. La discusión ya está saldada desde lo físico y lo competitivo, y forzar este tipo de cruces no hace más que banalizar el nivel extraordinario que el tenis femenino ha construido por mérito propio.
Porque el tenis no necesita estas comparaciones artificiales para brillar. Y mucho menos, para ser respetado.